Una romería basada en el amor y la convivencia
Lo que se experimenta en El Rocío, se lleva en el corazón toda la vida: el ayudar a hermanos y amigos en los pesares del camino, peregrinar hasta Ella llevando el corazón a rebosar de amor, lágrimas y gratitud. En un marco de belleza natural incomparable, entre arenas y pinares, aquí el mundo entero se detiene durante Pentecostés.
Los sentimientos que desbordan el alma cuando se canta una sevillana recordando a quienes están en las arenas eternas del cielo, la alegría que estalla entre lágrimas al ver en el horizonte la silueta de la ermita cuando la hermandad hace su entrada en la aldea y saber que nuestra Madre nos recibe siempre con una sonrisa. Sonrisa que se graba a fuego y que recordamos en momentos de alegría. O sus ojos, en los que nos refugiamos cuando las penas son muchas. Rocío es algo tan único y personal que cada año las vivencias son más fuertes y especiales.
Descubrir El Rocío es sentirse rociero para siempre, es soñar con que pasen los días para volver a verla procesionando en sus calles de albero, entre salves y rezos, sobre los hombros de los almonteños en escenario único donde la fe y la alegría hacen acto de presencia embelleciendo aún más si cabe el halo mágico de Doñana.